— «No olviden venir a la reunión, es obligatoria», fue lo que la maestra escribió en el cuaderno del niño.
¿Pues qué cree la maestra? ¿Cree que podemos disponer del tiempo a la hora que ella diga? Si supiera qué importante era la reunión que tenía a las 8:30, de ahí dependía un buen negocio, y tuve que cancelarla.
Ahí estábamos todos, papás y mamás, la maestra empezó puntual, agradeció nuestra presencia y empezó a hablar. No recuerdo qué dijo, mi mente estaba pensando cómo resolver lo de ese negocio. Probablemente podríamos comprar una nueva televisión con el dinero que recibiría.
— «Juan Rodríguez», escuché a lo lejos, «¿No está el papá de Juan Rodríguez?», dijo la maestra.
— «Sí sí sí, aquí estoy», contesté pensando al recibir la libreta de mi hijo.
Regresé a mi silla y me dispuse a verla.
— «¿Para esto vine?, ¿qué es esto?», la libreta estaba llena de seis y sietes.
Guardé las calificaciones inmediatamente escondiéndolas para que ninguna persona viera las porquerías de calificaciones de mi hijo.
De regreso a la casa, aumentó más mi coraje a la vez que pensaba: «si le doy todo, nada le falta, ahora sí le va a ir muy mal». Me estacioné y salí del carro; entré a la casa, tiré la puerta y grité:
— «¡Ven acá Juan!». Juan estaba en su dormitorio y corrió a abrazarme...
— «¡Papá!»... «Qué papá ni qué nada», lo retiré de mí, me quité el cinturón, no sé cuántos latigazos le di al mismo tiempo que decía lo que pensaba de él, «¡Y te me vas a tu cuarto!», terminé.
Juan se fue llorando, su cara estaba roja y su boca temblaba. Mi esposa no dijo nada, solo movió la cabeza negativamente y se fue.
Cuando me fui a acostar, ya más tranquilo, mi esposa me entregó otra vez la libreta de calificaciones de Juan, que estaba dentro de mi saco, y me dijo:
— «Léela despacio y después toma tu decisión». Esta decía así:
Libreta de calificaciones para el papá
¡Él me había puesto seis y sietes a mí!, yo me hubiese calificado con menos de 5. Me levanté y corrí a la habitación de mi hijo, lo abracé y lloré. Quería regresar el tiempo pero era imposible. Juan abrió sus ojos, aún estaban hinchados por sus lágrimas, me sonrió, me abrazó y me dijo:
— «¡Te quiero papá!», cerró sus ojos y se durmió>>.
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