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El Juicio mas injusto o el mas justo? tú que opinas?

Cuenta una antigua leyenda, que en la Edad Media un hombre muy virtuoso fue injustamente acusado de haber asesinado a una mujer. En realidad, el verdadero autor era una persona muy influyente del reino, y por eso, desde el primer momento se procuró un «chivo expiatorio», para encubrir al culpable.
El hombre fue llevado a juicio ya conociendo que tendría escasas o nulas esperanzas de escapar al terrible veredicto: ¡La horca!
El juez, también comprado, cuidó no obstante, de dar todo el aspecto de un juicio justo, por ello dijo al acusado:
-Conociendo tu fama de hombre justo y devoto del Señor, vamos a dejar en manos de Él tu destino: Vamos a escribir en dos papeles separados las palabras «culpable» e «inocente’».
«Tú escogerás y será la mano de Dios la que decida tu destino».
Por supuesto, el mal funcionario había preparado dos papeles con la misma leyenda: «CULPABLE».
Y la pobre víctima, aún sin conocer los detalles, se daba cuenta que el sistema propuesto era una trampa. No había escapatoria.
El juez ordenó al hombre tomar uno de los papeles doblados.
Este respiró profundamente, quedó en silencio unos cuantos segundos con los ojos cerrados, y cuando la sala comenzaba ya a impacientarse, abrió los ojos y con una extraña sonrisa, tomó uno de los papeles y llevándolo a su boca, lo engulló rápidamente. Sorprendidos e indignados, los presentes le reprocharon… «pero, ¿qué hizo…?, ¿y ahora…?, ¿cómo vamos a saber el veredicto…?»
«Es muy sencillo, respondió el hombre… es cuestión de leer el papel que queda, y sabremos lo que decía el que me tragué».
Con un gran rencor disimulado, tuvieron que liberar al acusado y jamás volvieron a molestarlo…

Un simple pedido de una esposa a su marido…

Es importante que leas esta historia, sin importar si en este momento te encuentras en una relación sentimental o no.
Llegué a casa a la hora de la cena. ese día lo preparó mi mujer. Yo quería hablar con ella, lo que tenía que decirle era algo muy complejo, tomé aire y le dije «Necesito decirte algo»… Ella no me dijo nada y se fue hacia el refrigerador a sacar las bebidas. Una vez más vi el dolor en sus ojos.
Tenía que continuar hablándole de alguna manera y sin más le dije que debíamos divorciarnos.
Ella sólo me preguntó: «¿Por qué?» No pude responderle, y evadí la pregunta. Entonces ella se enojó mucho, se puso histérica y empezó a tirarme todo lo que tenía a mano. «No eres un hombre …» – me gritaba.
No había nada más de qué hablar. Me fui a la cama, no pude conciliar el sueño con rapidez y escuché que ella lloraba. Me era muy dificil explicarle qué había pasado con nuestro matrimonio, yo no sabía qué responderle. ¿Cómo decirle que no la amaba hace tiempo, que lo único que sentía por ella era lástima y que hace tiempo le había dado mi corazón a Carolina?
Al día siguiente preparé todos los documentos para el divorcio y la separeción de bienes. Le dejé la casa, el automóvil y el 30% de las acciones de mi negocio. Ella miró los papeles, en su cara se esbozó una leve sonrisa y me dijo que no quería nada de mí, luego empezó a llorar otra vez. También me sentí mal al pensar en los 10 años que estuvimos juntos, pero su reacción sólo reforzó mi deseo de separarme.
Ese día regresé tarde a casa, no comí nada y fui directo a la cama. Ella estaba sentada a la mesa y escribía algo. Me desperté a la mitad de la noche y ella aún estaba escribiendo.
Me dio igual lo que hacía porque ya no sentía ningún tipo de cercanía hacia ella.
En la mañana me dijo que ella tenía un par de condiciones para darme el divorcio. Insistió en guardar una buena relación en medida de lo posible, su argumento fue muy convincente: dentro de un mes nuestro hijo tendría los exámenes en la escuela y ella creía que una noticia así lo destruiría.
Me fue difícil refutarle, así que no lo hice. La segunda condición me pareció bastante tonta: ella quería que durante todo un mes yo la llevara desde el dormitorio hasta el cobertizo en mis brazos como recordatorio de cómo la había llevado a casa luego de nuestra boda.
No protesté, me daba igual. Al llegar al trabajo le conté acerca de las peticiones a Carolina, y ella respondió que todo era un intento miserable de mi esposa para manipularme y hacerme cambiar de opinión.
El primer día cuando llevé mi esposa en brazos hacia el cobertizo me sentí incómodo, para mi ella era alguien ajeno. Nuestro hijo nos vio y pegó un brinco diciendo «¡Mi papá lleva en brazos a mi mamá!» mi esposa me susurró «no le digas nada…». Puse a mi esposa en el suelo al llegar a la puerta de la entrada, de allí ella se fue caminando a la estación de autobús.
El segundo día todo salió un poco más natural. Me sorprendí en cierta medida al ver que ella tenía un par de canas y algunas arrugas insipientes. Ella le puso su alma a nuestro matrimonio ¿cómo podría yo agradecérselo?.
Al poco tiempo surgió entre nosotros una pequeña chispa, que creció cada día. Me sorprendí mucho más al notar que mi esposa se hacía más liviana cada día. No le dije nada a Carolina.
El último día cuando me preparaba a alzarla en mis brazos la encontré cerca al armario, se quejaba diciéndo que había adelgazado mucho últimamente. Y era cierto, ella estaba mucho más delgada que antes. ¿habría sido por lo de nuestra relación?
Nuestro hijo entró en la habitación y feliz preguntó cuándo iba a llevar a mi mamá en brazos hasta la puerta, para él ya era una tradición.
Yo la levanté y me sentí exáctamente igual al día de nuestra boda. Era increible: Ella me abrazó suavemente por el cuello. Lo único que me preocupaba era su peso.
Cuando puse a mi esposa en el suelo, agarré rápidamente las llaves del auto y llegué volando al trabajo. Al ver a Carolina le dije que ya no quería divorciarme y que el amor con mi esposa se había enfriado sólo porque habíamos dejado de prestarnos la debida atención. Carolina me dio una bofetada y se fue corriendo.
Yo estaba feliz porque pronto vería a mi esposa. Salí temprano de la oficina y me detuve en una tienda de flores, le compré el bouquet más bonito que encontré; cuando el vendedor me preguntó qué poner en la tarjeta le respondí «Para mi sería un honor llevarte cargada hasta el final».
Luego de sortear varios atascos en el tráfico, con el corazón latiéndo rápidamente, y una gran sonrisa llegué a casa, subí las escaleras y entré al dormitorio, mi esposa estaba en la cama. Estaba muerta.
Al poco tiempo me enteré que ella había luchado con valentía contra un cáncer durante los últimos meses y no me dijo nada, y yo ni cuenta me di por estar muy ocupado con Carolina.
Mi esposa era una mujer increíblemente sabia: para que yo no pareciera un monstruo ante mi hijo por el divorcio ella pensó en aquellas condiciones que inicialmente me parecieron tan tontas.
Espero que mi historia le ayude a alguien a luchar por su familia. Muchas personas se han rendido sin saber que están sólo a un paso de la victoria.

¿Por qué bostezar es tan contagioso? Te explicamos los motivos sobre este extraño comportamiento

Cuando observamos a una persona bostezar, se activan una serie de mecanismos que nos hacen repetir el bostezo de forma inconsciente. No importa si te sientes somnoliento o extremadamente despierto, el simple hecho de ver, escuchar e incluso leer sobre este comportamiento, puede desencadenar un “bostezo reflejo”.

A pesar de los múltiples estudios existentes, los médicos y especialistas continúan sin comprender el porqué del bostezo reflejo, ni su utilidad.

Sin embargo, durante las investigaciones se han descubierto algunos hechos muy curiosos y sorprendentes. Algunos perros, por ejemplo, repiten el comportamiento si están fuertemente vinculados a la persona que bosteza. O que los niños experimentan sus primeros bostezos reflejos a los 4 años de edad, cuando comienzan a comprender las emociones de los demás.

Puedes descubrir estas y otras interesantes teorías en este original corto de animación ofrecido por TED y titulado ¿Por qué bostezar es contagioso?

 

La casa imperfecta, una lección inolvidable

Un maestro de construcción ya entrado en años estaba listo para retirarse a disfrutar su pensión de jubilación. Le contó a su jefe acerca de sus planes de dejar el trabajo para llevar una vida más placentera con su esposa y su familia. Iba a extrañar su salario mensual, pero necesitaba retirarse; ya se las arreglarían de alguna manera.

El jefe se dio cuenta de que era inevitable que su buen empleado dejara la compañía y le pidió, como favor personal, que hiciera el último esfuerzo: construir una casa más. El hombre accedió y comenzó su trabajo, pero se veía a las claras que no estaba poniendo el corazón en lo que hacía. Utilizaba materiales de inferior calidad, y su trabajo, lo mismo que el de sus ayudantes, era deficiente. Era una infortunada manera de poner punto final a su carrera.

Cuando el albañil terminó el trabajo, el jefe fue a inspeccionar la casa y le extendió las llaves de la puerta principal.
«Esta es tu casa, querido amigo -dijo-. Es un regalo para ti».

Si el albañil hubiera sabido que estaba construyendo su propia casa, seguramente la hubiera hecho totalmente diferente. ¡Ahora tendría que vivir en la casa imperfecta que había construido!

Construimos nuestras vidas de manera distraída, reaccionando cuando deberíamos actuar, y sin poner en esa actuación lo mejor de nosotros. Muchas veces, ni siquiera hacemos nuestro mejor esfuerzo en el trabajo. Entonces de repente vemos la situación que hemos creado y descubrimos que estamos viviendo en la casa que hemos construido. Si lo hubiéramos sabido antes, la habríamos hecho diferente.

La conclusión es que debemos pensar como si estuviésemos construyendo nuestra casa. Cada día clavamos un clavo, levantamos una pared o edificamos un techo. Construir con sabiduría es la única regla que podemos reforzar en nuestra existencia. Inclusive si la vivimos sólo por un día, ese día merece ser vivido con gracia y dignidad.

La vida es como un proyecto de hágalo-usted-mismo. Su vida, ahora, es el resultado de sus actitudes y elecciones del pasado. ¡Su vida de mañana será el resultado de sus actitudes y elecciones de hoy!

Una historia inspiradora: Empuja la vaquita

Un sabio maestro paseaba por el bosque con su fiel discípulo, cuando vio a lo lejos un sitio de apariencia pobre, y decidió hacer una breve visita. Durante la caminata comentó al aprendiz sobre la importancia de conocer lugares y personas, y sobre las oportunidades de aprendizaje que nos brindan estas experiencias.

La casa era de madera y sus habitantes, una pareja y sus tres hijos, vestían ropas sucias y rasgadas, y estaban descalzos. El maestro se aproximó al señor, aparentemente el padre de familia, y le dijo:

– En este lugar no existen posibilidades de trabajo ni puntos de comercio, ¿cómo hacen usted y su familia para sobrevivir?

El hombre respondió calmadamente:

– Amigo mío, nosotros tenemos una vaquita que nos da varios litros de leche todos los días. Parte de la leche la vendemos o la cambiamos por otros alimentos en la ciudad vecina, y con la restante elaboramos queso, cuajada y otros productos para nuestro consumo. Así es como vamos sobreviviendo.

El sabio agradeció la información y contempló el lugar por un momento, antes de despedirse y partir. A mitad de camino le ordenó a su fiel discípulo:

– ¡Busca la vaquita, llévala al precipicio y empújala!

El joven lo miró espantado y le replicó que ese animal era el medio de subsistencia de la familia. Como percibió el silencia absoluto del maestro, cumplió la orden: empujó a la vaquita al barranco, y la vio morir. Aquella escena quedó grabada en su memoria.

Un día, el discípulo resolvió abandonar todo lo que había aprendido y regresar a aquel lugar para contarle la verdad a la familia y pedirle perdón. Así lo hizo, y a medida que se aproximaba veía todo muy bonito, diferente de como lo recordaba. Se sintió triste, imaginando que aquella humilde familia había debido vender su terreno para sobrevivir. Aceleró el paso y, al llegar, fue recibido por un señor muy simpático, al cual le preguntó por las personas que vivían en ese lugar cuatro años atrás. El hombre le respondió que allí seguían.

Sobrecogido, el joven entró corriendo a la casa y confirmó que era la misma familia que había visitado algunos años antes con el maestro. Elogió el lugar y le preguntó al señor, el dueño de la vaquita:

– ¿Cómo hizo para mejorar este lugar y cambiar de vida?

Emocionado, el hombre le respondió:

– Nosotros teníamos una vaquita que cayó por el precipicio y murió. De ahí en adelante nos vimos en la necesidad de hacer otras cosas y desarrollar otras habilidades que no sabíamos que teníamos; así alcanzamos el éxito que sus ojos ven ahora.

Esta es la realidad de lo que se ha llamado zona de confort. Estamos tan conformes con el estado de cosas que nos rodea que no desarrollamos otras posibilidades. Sólo necesitamos un evento sorpresivo para darnos cuenta de que la seguridad puede ser nuestra peor consejera y de que nos impide ver el horizonte.