Sonrie Para Vivir Mejor | Cosas que inspiran, cosas que intrigan y cosas que deberían ser vistas. Compártelas! | Página 219

La opinión del otro… una genial historia que podria ayudarte

En un amplio patio de la casa más elevada del poblado, descansaba un hombre anciano cuyo rostro, se decía, inspiraba una extraña mezcla entre misericordia y firmeza.
Era conocido por el nombre de Khalil; y de todos era sabido que de sus palabras parecía brotar un manantial de sabiduría.

Un día de sol, en el que el anciano se hallaba meditando bajo la sombra de una vieja higuera, se presentó ante el umbral de su jardín un joven, que dijo:

– “Amigo sabio, ¿puedo pasar?”

– “La puerta está abierta” – respondió Khalil.

El joven, cruzando el umbral y acercándose al anciano, le dijo:

– “Me llamo Maguín y soy artista. Mi trabajo es sincero y pleno de sentimiento, sin embargo tengo un gran problema: me atormentan las críticas que se hacen de mi vida, mi obra y mi persona. Vivo obsesionado por las descalificaciones de los críticos de arte, y por más que trato de que no me afecten, me acaban esclavizando…

Sé que eres un hombre sabio y que tu fama de sanador alcanza los horizontes más remotos. Dicen también que tus remedios son extraños, pero sin embargo, no me falta confianza para acudir a ti, con el fin de conseguir la paz que tanto necesito en la defensa de mi imagen.”

Khalil, mirando al joven con cierta indiferencia, le dijo:

“Si quieres realmente curarte, ve al cementerio de la ciudad y procede a injuriar, insultar y calumniar a los muertos allí enterrados. Cuando lo hayas realizado, vuelve y relátame lo que allí te haya sucedido.”

Ante esta respuesta, Maguín se sintió claramente esperanzado en la medicina del anciano. Aunque se hallaba un tanto desconcertado por no entender el porqué de tal remedio, se despidió y salió raudo de aquella casa.

Al día siguiente, se presentó de nuevo ante Khalil.

– “Y bien, ¿fuiste al cementerio?” – le pregunto éste.

– “Sí” – contestó Maguín, con un tono algo decepcionado.

– “Y bien, ¿qué te contestaron los muertos?”.

– “Pues, en realidad no me contestaron nada, estuve tres horas profiriendo toda clase de críticas e insultos, y en realidad, ni se inmutaron”.

El anciano sin variar el tono de su voz le dijo a continuación:

– “Escúchame atentamente. Vas a volver nuevamente al cementerio, pero en esta ocasión vas a dirigirte a los muertos profiriendo todos los elogios, adulaciones y halagos que seas capaz de sentir e imaginar”.

La firmeza del sabio eliminó las dudas de la mente del joven artista por lo que despidiéndose, se retiró de inmediato.

Al día siguiente Maguín volvió a presentarse en la casa de anciano…

– “¿Y bien?”

– “Nada” – contestó Maguín con un tono muy abatido y desesperanzado.

– “Durante tres horas ininterrumpidas, he articulado los elogios y elegías más hermosos acerca de sus vidas, y destacado cualidades generosas y benéficas que difícilmente pudieron oír en sus días sobre la Tierra, – y… ¿qué ha pasado?. – Nada, no pasó nada. No se inmutaron, ni respondieron. Todo continuó igual a pesar de mi entrega y esfuerzo. Así que… ¿eso es todo?”, preguntó el joven con cierto escepticismo.

– “Sí” – contestó el viejo Khalil.

– “Eso es todo… porque así debes ser tú, Magín:
indiferente como un muerto a los insultos y halagos del mundo… porque el que hoy te halaga, mañana te puede insultar, y quien hoy te insulta, mañana te puede halagar.
No seas como una hoja a merced del viento de los halagos e insultos. Permanece en ti mismo, más allá de los claros y los oscuros del mundo.
Que ni el elogio de los vivos te ensalce, ni la crítica te rebaje”.

«PERSISTENCIA» Recuerda esta palabra, te ayudara por el resto de tu vida…


Nada en el mundo puede remplazar a la persistencia.
Ni siquiera el talento, ya que es muy común encontrar hombres fracasados pero con talento.
Ni siquiera la genialidad, ya que los genios no reconocidos abundan. Ni siquiera la educación, ya que el mundo está lleno de indeseables educados.
Solamente la persistencia y la determinación son omnipotentes para resolver los problemas.

Calvin Coolidge

¿Ya has pescado suficiente?

Hay una pequeña historia sobre un turista y un pescador:

El turista recorría el muelle tomando fotografías cuando vio a un pescador descansando placenteramente en su bote.

El turista se acercó al pescador y le preguntó por qué no estaba trabajando.

El pescador contestó que ya había pescado suficiente por ese día.

El turista le explicó entonces, que si él pescaba más peces podría venderlos, y utilizar luego ese dinero para comprar otro bote y contratar pescadores que pescaran para él.

Si se esforzaba mucho, en unos años tendría toda una flotilla de botes y una tripulación trabajando para él.

El pescador preguntó “¿y luego?“.

El turista le contestó, “pues no tendría que trabajar tanto y podría descansar durante el día“.

El pescador respondió:

Eso es lo que estoy haciendo ahora“.

Tú todavía estás creciendo…

En la selva vivían tres leones.

Un día el mono, el representante electo, convocó a todos los animales a una reunión para que entre todos se tomara una decisión.

Todos nosotros sabemos que el león es el Rey, pero hay una gran duda en la selva: existen tres leones y los tres son muy fuertes.

¿A cuál de ellos debemos rendir obediencia?. ¿Cuál de ellos deberá ser nuestro Rey?.

Los leones supieron de la reunión entre los animales y comentaron entre si: es verdad, la preocupación de los animales tiene mucho sentido. Una selva no puede tener tres reyes.

Luchar entre nosotros no queremos ya que somos amigos…

Necesitamos saber cual será el elegido, pero, ¿cómo descubrirlo?.

Otra vez los animales se reunieron y después de mucho deliberar, llegaron a una decisión y se la comunicaron a los tres leones:

Encontramos una solución muy simple para el problema, y decidimos que van a escalar la “Montaña Difícil”.

El que llegue primero a la cima será consagrado nuestro Rey.

La Montaña Difícil era la mas alta de toda la selva.

El desafío fue aceptado y todos los animales se reunieron para asistir a la gran escalada.

El primer león intentó escalar y no pudo llegar.

El segundo empezó con muchas ganas, pero también fue derrotado.

El tercer león tampoco lo pudo conseguir y bajó derrotado.

Los animales estaban impacientes y curiosos; si los tres leones fueron derrotados, ¿cómo elegirían un Rey?.

En este momento, un águila, grande en edad y en sabiduría, pidió la palabra:

¡Yo sé quien debe ser el rey!.

Todos los animales hicieron silencio y la miraron con gran expectativa.

¿Cómo?, preguntaron todos.

Es simple… dijo el águila.

Yo estaba volando bien cerca y cuando volvían derrotados en su escalada por la Montaña Difícil, escuché lo que cada uno le dijo a la Montaña.

El primer león dijo: – ¡Montaña, me has vencido!.

El segundo león dijo: – ¡Montaña, me has vencido!.

El tercer león dijo: – ¡Montaña, me has vencido, por ahora!, pero ya llegaste a tu tamaño final y yo todavía ¡yo aun estoy creciendo!.

La diferencia…, completó el águila, es que el tercer león tuvo una actitud de vencedor cuando sintió la derrota, pero no desistió; y quien piensa así, es porque es más grande que su problema.

Él es el rey de si mismo, está preparado para ser Rey de los demás.

Los animales aplaudieron con entusiasmo al tercer león que fue coronado como “El Rey de los animales”.

No tiene mucha importancia el tamaño de las dificultades o problemas que tengas.
Tus problemas, por lo menos la mayor parte de las veces, ya llegaron al nivel máximo, pero tú no.
Tú todavía estás creciendo y eres más grande que todos tus problemas juntos.
Todavía no llegaste al límite de tu potencial y de tu excelencia.
La Montaña de las Dificultades tiene un tamaño fijo,
¡Tú todavía estás creciendo!.

Un padre fué a la escuela a dejarle la comida a su hijo y vio de algo que lo impactó para siempre.

 

Este es el relato de un padre que podría ser el tuyo o el mio:

Mis dos hijos son lo  más importante para mí. He intentado estar presente en su desarrollo y crecimiento desde que son muy pequeños. Renuncié a un buen puesto en mi anterior trabajo para poder trabajar menos horas y poder estar en casa temprano. No creo que exista algo así como el padre perfecto, pero creo tener los méritos para ser considerado un buen modelo para mis hijos. Nadie tiene una paciencia eterna -o al menos yo no la tengo- pero estoy ahí cuando me necesitan, jugué con ellos cuando eran más pequeños y los aliento y apoyo para que hagan las cosas que más les gustan.

Pedro, es el mayor. Al igual que yo es fanático del fútbol. Juega en el equipo de su escuela. Es un tipo muy sociable. Tiene buenas calificaciones y es un chico responsable y muy maduro. Le gusta salir como a cualquier joven de su edad pero nunca se ha metido en problemas graves. Su hermano menor, Andrés, no es el “señor popular” pero tampoco es el rechazado de su escuela. Es más retraído y le gusta pasar más tiempo a solas. Es un gran lector como mi esposa y se la pasa en su habitación escuchando música, jugando Play Station o metido en la computadora. Los dos son muy cariñosos y unidos. Si pelean, es por estupideces que se suelen resolver fácilmente. Ninguno de los dos salió rebelde o contestador.

Normalmente los chicos se van en bicicleta a la escuela porque nuestro apartamento queda relativamente cerca. Pero el día que sucedió todo estaba lloviendo a cántaros. Por eso su mamá me pidió que los lleve en mi coche antes de irme al trabajo. No me costaba nada, además era viernes, me sentía de buen humor. Y con lo fuerte que llovía era mejor cuidar a los niños.

Estaba a tres cuadras de la escuela camino a mi trabajo. Había un tráfico del demonio. Llovía como si se fuera a caer el cielo. Al parecer había un accidente más adelante en el camino. Cuando quise cambiar la radio miré hacia el asiento del copiloto y vi que estaba la bolsa plástica donde Andrés llevaba su almuerzo. Estaba perfecto de tiempo y el tráfico me tenía loco, así que apenas pude di la vuelta en U y volví a la escuela a llevarle la comida a mi hijo. “Que gran padre soy”, pensé.

Entré al edificio donde alguna vez había estudiado yo mismo para entregarle el almuerzo a mi hijo en sus manos. Mientras recorría los pasillos recordé historias antiguas y no pude evitar sentir algo de nostalgia. Con ayuda de una profesora llegué al salón de clases de Andrés. Apenas miré por la ventana quedé aterrado con lo que vi. Mi hijo estaba sentado en uno de los puestos de atrás tomando apuntes mientras hablaba el profesor. Mientras tanto tres idiotas que estaban más atrás que él, le lanzaban bolitas de papel empapadas en saliva en la espalda. No sabía si llorar o entrar corriendo a la clase y hacer justicia con mis propias manos. Sólo atiné a quedarme observando un rato a ver qué pasaba.

Después uno de los abusadores hizo una bola más grande, la llenó de escupo y luego la lanzó con fuerza a la cabeza de Andrés. Él miro hacia atrás con una cara de asustado que nunca le vi en casa. Los dos otros matones aprovecharon que mi hijo les miraba de frente para darle en la cara con dos nuevas bolitas.  El profesor no sé si era ciego o qué, pero seguía como si nada hablando y anotando unas ecuaciones que tenía en la pizarra.

Era una tortura lo que estaba mirando. Pero la gota que rebalsó el vaso fue cuando uno de los abusadores se paró de su pupitre, le dio con la mano abierta un golpe tan fuerte en la nuca a mi hijo que sus lentes cayeron al suelo. Luego el maldito simio, si me permiten llamar así a un chico de 15 años, los pisó. Después siguió caminando hacia el basurero que había en la parte delantera del salón para botar un papel. El profesor nuevamente nada. Me hervía la sangre. No podía soportarlo más… y el maldito abusador volvió como si nada a su asiento mirando con una sonrisa maliciosa a sus otros dos compinches. Mi hijo miraba sus lentes quebrados. Su rostro me mató. Algo se disparó en mi cabeza…

Abrí la puerta del salón con mucha fuerza. Creo que ese ruido despertó a todos los alumnos que parecieron salir de un letargo. Todos me miraron con ojos inquisidores. El profesor se quedó callado, examinándome de arriba a abajo, esperando que le diera una respuesta de por qué había interrumpido su clase magistral. Yo no dije nada. Crucé la sala de clases con la bolsa del almuerzo en la mano y la dejé sobre la mesa de mi hijo que no entendía nada. Después me giré hacia donde estaba el líder de los matones.Lo agarré con fuerza del cuello de su camisa y lo levanté de su silla. Creo que con ese mismo impulso lo lancé hacia la muralla de atrás. Su espalda chocó contra una cartulina que tenía unos recortes de diario pegados. Luego puse mi puño en su cara con fuerza aplastándole la mejilla y le dije en voz baja: “Te voy a matar si vuelves a acercarte a Andrés. Te voy a matar”.

No sé cuanto duró todo. Pero después entre el profesor y tres alumnos consiguieron apartarme del pequeño simio que ahora lucía más como una rata asustada llorando en el suelo. Después llegaron más profesores y el guardia de la entrada y una multitud de voces me gritaban cosas. Yo estaba sordo. Sólo tenía ojos para mi hijo que me miraba desde su silla con la boca abierta pero sin decir nada. Mientras me sacaban a la fuerza del salón le guiñé un ojo y dejé que me arrastraran fuera del lugar. 

El resto son reuniones, trámites, abogados, papeleos escolares y citas judiciales. Mis hijos ya no van a esa escuela. Yo no me puedo acercar a más de 500 metros a la redonda del pequeño José Luis. Sí, así se llamaba esa rata abusadora….

¿Que opinas de este relato? ¿Que hubieses hecho tu?

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