Durante años, la ciencia se ha sumergido en el misterio de por qué dormimos. Algunas teorías han explicado que es la manera que tenemos de reparar las células desgastadas, limpiar de toxinas nuestros cerebro o consolidar algunas de las ideas que aprendimos durante el día.
Pero la más reciente de las investigaciones, sin negar las funciones anteriores, añade un propósito a nuestras horas de sueño: salvarnos del colapso.
Según sus investigaciones, si cada noche cerramos los ojos y nos rendimos al sueño es para dejar que una hormona se encienda y comience a podar recuerdos.
En otras palabras: dormimos para olvidar.
Cuando estamos despiertos, somos unos glotones que no paramos de tragar información. Nos hinchamos de nuevas experiencias, imágenes, sonidos, conversaciones... Para que seamos capaces de procesar toda ese chorreo de datos, las neuronas cerebrales empiezan a conectase tejiendo redes en un proceso llamado sinapsis. Para construir recuerdos que duren años, las neuronas deben crear nuevas proteínas. Así se guardan las memorias.
Memorias útiles, sí. Pero también cientos de nimiedades que si se guardaran permanentemente, con la gran energía que eso supone, nos conducirían a constantes colapsos ante la imposibilidad de aprender nada nuevo por falta de espacio.
" En teoría, el sistema podría llegar a la saturación total, todas las sinapsis serían fuertes e impedirían que se crearan otras, no seríamos capaces de codificar más información", dice Richard Huganir, uno de los investigadores de la Universidad Johns Hopkins.
Despiertos no dejamos de engullir información. Dormidos, nos desprendemos de las minucias
Esa acumulación constante de información supondría un derroche de energía contraproducente del que nos curaría, precisamente, el sueño. Dormir serviría para brindarle un momento de paz al cerebro mientras que una hormona nos poda las hierbas de las que podemos prescindir como si de un pequeño Eduardo Manostijeras se tratara. Sin embargo, llegar hasta la evidencia de que se produce este un proceso —conocido como homeostasis sináptica— ha costado largos años de estudios encuadrados en dos investigaciones separadas.
La homeostasis sináptica fue propuesta en 2003 por Chiara Cirelli, de la Universidad de Wisconsin-Madison. Su equipo se valió de un poderoso microscopio para medir el tamaño de casi 7.000 sinapsis de ratones cuando estaban despiertos y dormidos. Cuatro años después de iniciar la ardua tarea, comprobaron que conexiones neuronales se encogen entre un 18% y 20% durante el sueño.
¿Pero quién es el jardinero que se ocupa de esa poda de conexiones inútiles durante el sueño?
Ese descubrimiento se lo debemos al equipo de Richard Huganir y a sus investigaciones sobre la química de nuestro cerebro. Inyectando moléculas fluorescentes en los ratones, observó que las proteínas receptoras que se encargan de fortalecer las conexiones sinápticas, se alejan durante el sueño. Ante la falta de refuerzos que le impidan actuar, la hormona Homer1a se encamina hacia las sinapsis con sus tijeras y corta. El equipo de Huganir calculó que solo el 20% de las sinapsis más grandes y fuertes no se vieron afectadas en su experimento.
"Nuestra interpretación es que las sinapsis más grandes son las que han estado allí por mucho tiempo", expresa Cirelli. "Pueden ser los repositorios de recuerdos muy fuertes —como el nombre de tu madre— que son muy poco probable que olvides. La mayoría de las sinapsis que se reducen pueden ser las más involucradas en lo que sucedió recientemente. Si no están vinculados a algo relevante durante unos días, desaparecen".
A la luz de estos últimos descubrimientos, algunos doctores han sugerido que se revisen los actuales medicamentos destinados a ayudar a dormir. El objetivo es asegurarse de que no interfieran en la poda necesaria de recuerdos.
Si hoy te levantaste sin ser capaz de recordar dónde dejaste las gafas ayer, ya sabes por qué pasa.