Tener mascotas era común entre los antiguos griegos, pero a diferencia de ahora, no solo eran animales de compañía, sino compañeros de trabajo y tenían ciertas funciones, por lo que elegir al más capaz (y no solo al más bonito) era fundamental.
Entre las costumbres religiosas se encontraba tener un perro. Por eso también los griegos le deban especial importancia a escoger uno.
Su manera de elegirlo era muy práctica pero cruel: tomaban a los cachorros, hacían un círculo de fuego alrededor de ellos y esperaban a ver en qué orden los rescataría la madre.
Sabían que la madre rescataría primero a los más fuertes, y al final a los más débiles. A veces estos últimos no lograban ser salvados por su madre, así que en muchas ocasiones terminaban quemados.
Este salvaje método mostraba que el primero en ser salvado era el más cotizado.
Además, para nombrarlos, usaban palabras cortas relacionadas con virtudes o por la apariencia o el comportamiento de los cachorros.