Miedo por instinto
El miedo nació en nuestra especie como una respuesta que no permite mantenernos a salvo. Es el mismo tipo de respuesta que genera, por ejemplo, un animal cuando está frente a su depredador. El miedo lo alerta y activa sus instintos para huir o defenderse. De aquí nace, por ejemplo, el conocido miedo a las alturas: se trata simplemente de una respuesta natural de nuestro cuerpo que nos está alertando «aquí no estás a salvo, podrías caerte y morir». Sin embargo, en los seres humanos este mecanismo se complejiza debido a nuestra profunda y enredada psicología.
Miedo por trauma
Además de los miedos por instinto somos capaces de aprender a sentir miedo de ciertas cosas a partir de un evento desafortunado que hace que nuestra memoria registre algún estímulo partícular con la sensación de miedo. Así se estructura el miedo basado en el trauma y todos lo sufrimos en mayor o menor medida. Imagina, por ejemplo, que de pequeño un perro te atacó, tu cerebro registra al perro como peligro y cada vez que ves uno, todas las alarmas del miedo se activan haciéndote sentir que se trata de una situación en donde tu vida o integridad corre peligro.
Lo mismo sucede cuando nos es inculcado el miedo a algo. Si en nuestra educación temprana las personas en quienes más confiamos, mamá y papá, nos enseñan que hay que temer a determinadas cosas, lo aprenderemos como una verdad y sin necesidad de sufrir un trauma sentiremos miedo ante esas cosas. Este es entonces un miedo aprendido, asociado a alguna experiencia o enseñanza en donde respondemos ante un estímulo como si estuviéramos en peligro cuando no necesariamente lo estamos. Compartimos este tipo de miedo con otros mamíferos como los simios y los perros.
Fobia
Existe un tercer tipo de miedo en los seres humanos, la fobia. Este es tal vez el más extraño y complejo de los tres. Aquí el miedo es completamente irracional. Esto quiere decir que el objeto al que asociamos con peligro en realidad no atenta contra nuestra vida, se trata de una abstracción que hemos generado a nivel mental, que no podemos explicar pero nos genera estrés e incluso aversión obsesiva. Una posible explicación al origen de las fobias es que estas existen para encubrir algún trauma profundo o severo que no queremos recordar. Así, en lugar de temer al objeto, persona o situación que nos generó el trauma, asociamos el peligro a un elemento externo que vinculamos inconscientemente a la fuente original del trauma y comenzamos a temerle sin razón aparente.
Existe también la posibilidad de aprender cultural o socialmente a sentir fobia por algo. Este es el caso de los ratones o ratas, una fobia muy común en la cultura occidental que surge del «aprendizaje», de alguna manera nos contagiamos y aprendemos que las ratas son peligrosas y les tememos sin ningún fundamento lógico.
Esto es lo que le sucede a nuestro cuerpo y cerebro cada vez que sentimos cualquiera de los tres tipos de miedo mencioandos:
- Se activa nuestra amígdala cerebral situada en el lóbulo temporal emitiendo señales de alerta.
- Sentimos taquicardia.
- Aumenta la presión arterial.
- Aumenta la actividad cerebral.
- Todo el sistema límbico se alerta.
- Nuestro cuerpo activa una sudoración extra.
- Pueden dilatarse o contraerse las pupilas.
- Se agita nuestra respiración.
La buena noticia es que hasta los temores más arraigados y las fobias irracionales pueden desaparecer. Se trata, por un lado, de racionalizar la respuesta a un estímulo y relativizar nuestra reacción comprendiendo que se trata de una respuesta poco adecuada que nos impide sentirnos libres en algún aspecto de nuestras vidas; y por otro lado, de generar una nueva respuesta a ese estímulo. Volviendo al caso del ataque del perro, es posible que quien haya sufrido este trauma pueda, en primer lugar, hacer un trabajo consciente en donde no se asocie al perro con peligro y comprender que el suyo fue un caso aislado, y en segundo lugar, realizar una resensibilización que re-codifique en su cerebro al perro asociándolo a nuevos significados: cariño, amistad, juego...