Sonrie Para Vivir Mejor presenta un artículo de la periodista Alla Bogolepova sobre por qué la generación de los gerentes y creadores no tendrá las cosas tan fáciles en la realidad actual.
— A mi amiga Daniela siempre la consideraban cool. A los 20 años ganaba más que su papá ingeniero y salía de vacaciones al extranjero. A los 25 se compró un auto. A los 30 empezó a buscar su propio departamento; sí, hipotecado, sí en las afueras de la ciudad, pero era un departamento grande y propio. Daniela no buscaba casarse: no conoció al hombre perfecto, y no quería «una barriga de cerveza acostada en un sillón». El papá de Daniela era el que más se sorprendía de la vida maravillosa que llevaba su hija: ¿cómo es posible que una secretaria, apenas con un buen conocimiento de inglés, pueda ganar tanto dinero? No soy secretaria, soy asistente de un jefe grande en una empresa extranjera, le contestaba Daniela mientras que le compraba a su papá otra cultivadora para su casa de campo.
Hace un año la empresa extranjera se dio cuenta de que la crisis no era un juego, y que había que empezar a ahorrar. Se descubrió que el gran jefe extranjero era perfectamente capaz de poner una taza debajo de la boquilla de la máquina de café, ir al aeropuerto para recibir a su familia que llegaba de Boston y recoger sus trajes de la lavandería. Todo por su cuenta. A Daniela la despidieron.
Ahora está desempleada, se la pasa viendo Downtown Abbey en casa. El dinero que la respetuosa empresa extranjera le pagó por ser despedida, ya se acabó. El auto ya está vendido. La estilista del salón de belleza caro que frecuentaba Daniela durante los últimos 10 años, pasó al modo de espera. Y el problema no es que Daniela no pueda encontrar un nuevo trabajo, el inconveniente es que gastar mucho tiempo en el camino a un trabajo en las afueras de la ciudad por un salario no tan atractivo como el de antes, para ella es igual a casarse con «una barriga de cerveza que se acuesta en el sillón». No es digno, es un fracaso.
En los últimos 20 años la generación de los actuales treintañeros describía los resultados de la experiencia laboral de sus padres con la expresión «no encajaron en el mercado». Condescendientemente decían que después de quedarse sin trabajo en los años 90, su papá-ingeniero no pudo encontrar en aquella crisis una oportunidad grande.
Sostenidos por los préstamos de autos baratos y viajes al extranjero económicos tipo «todo incluido», los empleados de oficina con una educación vaga y una profesión bizarra como «creador de PR para clientes corporativos» ni se imaginaban que algún día iban a repetir el destino de la generación de los «no encajados».
Pues bien, el momento ha llegado. Junto con los recortes de gastos se está volviendo popular una nueva tendencia social: soy demasiado bueno para este trabajo. Un héroe de nuestra época no es un joven opositor de los ideales occidentales progresistas. Un héroe de nuestra época es un gerente de 35 años con un título académico y perfecto conocimiento de inglés, acostado en un sillón, bajando de Internet «El Juego de Tronos» en idioma original. Tiene un diploma de una universidad bizarra, años de experiencia en un trabajo aun más bizarro, en una empresa adinerada, y ambiciones de Donald Trump. El gerente despedido mira sin entusiasmo los anuncios de trabajo en los sitios de búsqueda de empleo y cierra aquellos que le parecen «un paso atrás». El gerente está esperando.
Él, como alguna vez ya les había pasado a sus padres, se niega a creer que su tiempo ha terminado. Que ya nadie lo necesita. Se necesitan albañiles, yeseros, niñeras, mecánicos de automóviles. Y él no. «Todo el mundo está intentando darle trabajo a los suyos», suspira tristemente Daniela. «Aquellos que en los años 90 estaban ganando dinero, ya tienen hijos grandes que necesitan trabajo».
No, querido gerente, los hijos no tienen nada que ver. Simplemente aquellos que ganaban dinero en los 90, en el nuevo milenio aprendieron a contar el dinero, por fin. Y ya no quieren y no pueden mantener un ejército de parásitos incompetentes que pueden ser sustituidos por una buena computadora y un empleado realmente profesional.
Los empleados de oficina se están extinguiendo como especie. Se están muriendo lentamente esperando un milagro: un trabajo con excelente remuneración económica, donde no necesariamente tienes que trabajar. ¿Ser un plomero? ¿Yo, un licenciado de tal universidad, con 10 años de experiencia en PR? Nunca. Mejor me muero en mi sillón antes que vivir en un taller de autos.
Y se podría encontrar en esto una belleza peculiar dramática, una perfección de los giros históricos. Sin embargo, hay un gran «pero». Cuando la generación de nuestros padres se quedó sin trabajo, se empezaron a detener las plantas de energía hidráulica y caer los cohetes. Pero nadie se dará cuenta de la desaparición de los «creadores» o «especialistas en PR». Nadie menos ellos mismos. Y dentro de unos 20 años sus hijos les dirán condescendientemente (porque la crisis se acabará algún día) «simplemente no encajaron en el mercado».
Fuente: Alla Bogolepova