Estaba cansado de cuidar de su padre moribundo, pero entonces su propio hijo le dijo…

Estaba cansado de cuidar de su padre moribundo, pero entonces su propio hijo le dijo…

Existen historias que calan tan hondo y son tan profundas que serán recordadas para siempre.
La siguiente historia es una de ellas. Muchos de sus detalles han ido cambiado a lo largo del tiempo, (al menos 480 años), pero el mensaje que se aprende es el mismo en todos los casos.
Deberíamos de saber que los niños siempre están escuchando, mirando y aprendiendo. Aprenden de nuestras acciones incluso más de lo que tú intentas enseñarle con palabras. Según la forma en la que tratas a las demás personas, así lo harán ellos el día de mañana. O como ocurre en esta historia a ti mismo. Como dice el refrán, “recoges lo que siembras”.

Un anciano fue a vivir con su hijo, su nuera y su pequeño nieto de 4 años. Bastante enfermo, el pobre anciano tenía ya la vista nublada, le temblaba el pulso y apenas podía caminar.
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Un día, el anciano sentado a la mesa con su familia se dispuso a comer, pero con su tembloroso pulso le resultaba imposible no tirar toda la comida antes de llevársela a la boca. Los guisantes no paraban de caer desde su cuchara hasta el suelo. Cuando intentó agarrar el vaso, terminó manchando de leche toda la mesa. Su hijo comenzaba a enfadarse por el desastre que estaba causando. “Debemos hacer algo con papá”, dijo el hijo. ” Ya he tenido suficiente, estoy harto de sus descuidos y sus ruidos al comer, lo pone todo perdido”. Así que el hijo y su esposa lo dejaron apartado en una esquina para que comiese sobre una mesa pequeña. Allí comió el pobre anciano en soledad mientras el resto de la familia disfrutaba de la cena.
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Después de que el anciano rompiera un plato o dos, comenzaron a servirle la comida en bandejas de madera.
Cuando la familia dirigía la mirada en la dirección del anciano podían ver como una lágrima le resbalaba por la mejilla debido a la soledad que sentía al comer en esa esquina. Aún así, la pareja continuó con los reproches cada vez que el anciano arrojaba el tenedor o la comida al suelo. Mientras tanto, el pequeño de cuatro años observaba todo en silencio.
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Una tarde, el padre observó a su hijo jugando el suelo con algunos trozos de madera.
Él le preguntó al niño cariñosamente, ¿qué estas haciendo?
Igual de cariñoso el chico le respondió, “Estoy haciendo un pequeño plato de madera para ti y para mamá así podrán comer cuando sean mayores”.
El pequeño de cuatro años sonrió y volvió al trabajo.

Sus palabras afectaron tanto a los padres que se quedaron sin habla. De repente, sus mejillas estaban llenas de lagrimas. Sin decirse una sola palabra, los dos sabían qué tenían que hacer. Esa misma tarde, el marido tomó la mano del anciano con delicadeza y lo llevó hasta la mesa. Desde ese día, el anciano disfrutó de la comida en familia. Y por alguna razón, nadie parecía enfadado cada vez que se le caía un tenedor, o derramaba un poco de agua sobre la mesa.

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