De Pablo Escobar, el famoso narcotraficante colombiano, se ha hablado y escrito tanto que el personaje superó hace tiempo a la persona. Sobre el jefe del cartel de Medellín que llegó a participar en política en su país y poner en jaque al gobierno, se han hecho películas, series de televisión, documentales y libros. Los números y datos curiosos de su incalculable riqueza causan sorpresa en todo el mundo y la gran ola de violencia y terror aún son una cicatriz latente en Colombia.
Uno de los últimos testimonios que hay de su vida fue el libro que publicó su hijo Juan Pablo Escobar, alias Sebastián Marroquín, en 2015 llamado Pablo Escobar, mi padre.
El libro hace un recorrido por la vida del capo colombiano. Primero a través de los recuerdos de su hijo durante su infancia y después mediante una profunda investigación. De la primera parte, la referida a la niñez de Juan Pablo, el autor recuerda cómo creció en un contexto de violencia:“Mi papá era el jefe del cartel de Medellín. Sus mejores amigos eran los peores criminales de Colombia. Y como a ningún niño le dejaban jugar conmigo, yo pasaba los recreos y las tardes con los hombres de mi papá“.
Algo similar revela su hijo en esta entrevista a un canal de televisión colombiano donde además aprovechó de pedir perdón a todas las víctimas de su padre:
Fue durante esta época, finales de los 70 y principios de los 80, cuando Pablo Escobar se aproximó a su cima de poder y fortuna. Su hijo recuerda en el libro que tenía tanto dinero que no sabía qué hacer con él. En las piñatas de las fiestas de cumpleaños, por ejemplo, en lugar de caramelos, el capo metía fajos de billetes. Incluso confesó en una entrevista hace algún tiempo que mientras su familia se encontraba sitiada por la policía en una de sus haciendas, su hermana estaba pasando mucho frío y estaba al borde de la hipotermia. Al no tener nada más con que calentarla, Pablo Escobar decidió quemar un montón de dinero para que entrara en calor.
En sus años de bonanza Escobar también decidió construir la Hacienda Nápoles, la mansión en la que tenía elefantes, avestruces, rinocerontes, jirafas y todo tipo de animales salvajes, además de una colección de coches deportivos, otra de motos, dos jets y dos helicópteros.
Escobar traía tres avionetas a la semana desde Perú cargadas de coca base y luego enviaba la droga sintetizada a Estados Unidos. Las ganancias eran inabarcables. Se dice que en los años 80 el Cartel de Medellín, que comandaba Escobar, tuvo una ganancia de 420 millones de dólares a la semana. Son casi 22 mil millones de dólares al año
La cocaína, según relata su hijo en su libro, iba en fardos a través de barcos pesqueros que llegaban a Miami o en avionetas que soltaban la carga en pantanos de Florida. Se contrabandeaban aproximadamente 15 toneladas de cocaína a los EE.UU. cada día y, según el periodista mexicano Ioan Grillola, la gran mayoría entraba por este estado. En otras palabras, cuatro de cada cinco americanos que inhalaban cocaína en aquellos tiempo lo hacían de la droga proporcionada por “El Patrón”.El hijo de Escobar también hace una revelación sorprendente: asegura que el contacto del cartel para vender la coca en Estados Unidos era el cantante Frank Sinatra, muchas veces relacionado con la mafia italiana.
La insaciable actividad de la organización de Escobar volvió loca a la Drug Enforcement Administration (DEA), la agencia antidroga estadounidense y según relata su hijo se jactaba de jugar con ellos. En una ocasión la DEA interceptó una partida de pantalones vaqueros o jeans impregnados de cocaína. El capo siguió enviando los siguientes meses el mismo tipo de pantalones sin droga, solo para que cada semana los agentes tuvieran que registrarlos.El colmo es que en 1981 Escobar comenzó una serie de viajes a Miami para supervisar personalmente el negocio y comprar propiedades allí. “Lo más increíble, cuenta su hijo, es que mi papá ingresaba en los Estados Unidos sin ocultarse. Llegaba a la aduana, enseñaba su pasaporte y le decían ‘bienvenido a los Estados Unidos señor Escobar”. En casi todos sus viajes el capo portaba cientos de miles de dólares que jamás le requisaron. La DEA buscaba desesperada al responsable de los envíos mientras éste entraba y salía de Florida como Pedro por su casa.