En Sonrie Para Vivir Mejor nos encanta conocer historias como esta que se tratan de bondad, humanidad, arrepentimiento y fe en un mejor futuro.
...Estaba viajando en metro. En una estación entró un indigente. Lleno de moretones, con el rostro hinchado.
A primera vista, tenía unos treinta años.
Al mirar alrededor, el hombre empezó:
— Señores, no he comido desde hace tres años. Se los juro. Me da miedo robar porque no tengo fuerzas para huir. Y tengo mucha hambre. Ayudenme, por favor, con lo que puedan. No vean mi cara, soy alcohólico. Lo más probable es que todo lo que me den, también me lo gaste en alcohol.
Y empezó a caminar por el vagón.
Las personas son buenas, rápidamente le juntaron algo de dinero.
Al final del vagón, el indigente se detuvo, se volteó a ver a los pasajeros, se inclinó ante ellos y les dijo:
— Gracias, señores. ¡Que Dios se los pague!
— Inútil, qué descarado, andas mendigando dinero. ¿Y qué tal si yo no tengo para alimentar a mi familia? ¿Si me despidieron hace tres días? ¡Pero no ando pidiendo nada como tú, inútil!
El indigente sacó de sus bolsillos todo lo que había recaudado durante el día -tanto billetes como monedas- y se lo entregó al pasajero.
— Ten. Tú lo necesitas más.
— ¿Qué dices? -se sorprendió el hombre-.
— ¡Que lo tomes! ¡Tú lo necesitas más! Y a mí luego me darán más. ¡Porque la gente es buena!
El indigente le dio absolutamente todo al hombre, se volteó, abrió las puertas y se fue a otro vagón.
— Oye, ¡espera! -se levantó el hombre con el dinero en sus manos y siguió al indigente.
Todo el vagón se quedó callado.
Durante unos cinco minutos estuvimos escuchando el diálogo de ellos dos.
El pasajero estaba gritando que la gente era una basura.
El indigente le aseguraba que las personas eran buenas y bondadosas.
El hombre intentaba devolverle el dinero al indigente, sin embargo, aquel no lo aceptaba.
Al final, el indigente simplemente siguió su camino y el pasajero se quedó solo.
Se tardó en regresar a su asiento pues se quedó totalmente perplejo.
El tren se detuvo en la siguiente estación. Salieron y entraron pasajeros.
El hombre regresó a su asiento al lado de la ventana. Nadie le prestaba atención. El vagón seguía con su vida normal.
A veces el tren se detenía. Algunas personas salían, otras entraban.
Viajamos otras cinco estaciones. Me tocó salir.
Me levanté del asiento y fui rumbo a la salida. Al pasar por donde estaba aquel hombre, lo miré de reojo.
El hombre estaba mirando la ventana y lloraba.